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La despedida

  • Lourdes
  • 23 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 jun 2021

Perder a un ser querido nos conecta con otras pérdidas. Nos ayuda a despedir a los que se fueron de nuevo, con otra mirada, otra madurez. En ocasiones, nos da la oportunidad de hacer la despedida que no pudimos hacer en su día. Lloramos la pérdida que no superamos, hacemos parte de un duelo incompleto y vamos cerrando por etapas, aquello que nos marcó de por vida. Cuando mi padre falleció yo era una joven de 21 años. Siempre, a lo largo de su enfermedad, pensé que él, por ser quien era, se salvaría. Era mi padre, sin más…

un hombre en la plenitud de la vida, divertido, trabajador, cariñoso, social, buena gente. Un superviviente, emigrante de zona rural a la gran ciudad, con apenas 14 años. Un buscador de una vida mejor, emprendedor, que talló su porvenir a fuerza de sudor y trabajo. Proveniente de una gran generación de hombres y mujeres humildes, de buen corazón y grandes sueños. Y así logró como seguramente la mayoría de vuestros padres, formar una familia y dar lo mejor de sí mismo para garantizarnos un futuro como personas libres e independientes.

Su marcha fue lenta, castigadora para él y dolorosa para los que le queríamos. Pudimos despedirnos en vida, sin palabras, pero con momentos dulces, juntos. No hacían falta palabras, porque todos sabíamos lo que pasaba. Él nos cuidaba a nosotros y nosotros a él con aquel silencio contenido. Parecía como si tocar la muerte con los labios pudiera hundirnos a todos y optamos, por acompañar desde el cuidado, el amor, la risa, el llanto, las visitas de la familia, de los amigos… en un proceso de deterioro paulatino y esperanza.

Su despedida fue triste y desoladora. No se cumplieron mis sueños de salvación. Se fue como tantos otros padres jóvenes y nos quedamos con una madre que tenía que reaprender a vivir, que tenía que volver a trabajar fuera de casa… Se fracturó nuestro núcleo familiar y nos quedamos a medias. Con nuestra formación en camino, trabajos que tenían que cubrir aquel hueco y un difícil duelo…

Durante años no pude hablar de mi padre sin llorar desconsoladamente y me atormenté por no saber estar junto a mi madre y apoyarla, escucharla día a día. Mi tendencia fue huir de mi casa, caminar sola durante horas, y buscar el refugio en otras casas donde no existía esta pena. Tenía tanto dolor que no sabía que hacer con él y no podía sostener más dolor que el mío. Los ansiolíticos bloquearon mi proceso de duelo y lo retomé años después, en terapia.

A partir de aquí, con ayuda y más edad, me he dado cuenta de cómo puedo despedir a un ser querido. En su día no pudo ser de otra manera por mi forma de ser, por mi inmadurez, por mi miedo a la pérdida…

Este ha sido un año duro de despedidas. En mi familia hemos perdido varias personas maravillosas. Pilares. Personas que aún tenían mucho que vivir, personas que habían vivido mucho, pero cada una se ha ido dejando un gran dolor en nuestro corazón.

Para mí ha sido importante cerrar el duelo de mi padre, a través de su hermana. Nuestra relación era tan estrecha y habíamos vivido tanto juntas, que necesitaba estar hasta el final a su lado y hacer lo que no pude con 21 años. Lo más bello es haberlo podido hacer junto a mi hermano. Detrás de aquella despedida había otra. Y la hicimos juntos. Al pie de su cama. Hablando de la vida y hablando de la muerte. Pudimos, en el hospital recordar multitud de momentos divertidos con ella, evocar las vacaciones en el pueblo al fresco, los veranos en la playa cuando la tirábamos de la colchoneta dentro del agua y salía despelucada y riendo, hablamos de las Navidades en casa, con la risa floja que le daba el beber una copilla de sidra, el nacimiento de nuestros hijos… La acariciamos con mensajes de amor y la vimos reír por última vez, hasta que llegó el momento de la sedación.

Despedir significa, dignificar la muerte y darle voz. Poder permitir que la persona que amamos descanse y no se agarre a la vida a cualquier precio.

Mi tía del alma, tenía 90 años… Esto es más fácil a esta edad, es cierto. Pero no quita el dolor de prescindir de ella para siempre.

Y en susurros, recé como a ella le gustaba, porque ella es lo que hacía por los demás, rezar siempre. Así que rezamos en un murmullo sereno y dulce.

Aquella noche, en la cama, mi tía se durmió tranquila y nosotros estuvimos a su lado. Pudimos estar junto a ella, mirarla, besarla y tocar su piel suave y cálida. Despertó varias veces, de la sedación, como agarrándose a la vida. Su mirada estaba perdida en el más allá. Parecía que tenía que seguir luchando por esta viva, como algo instintivo, a pesar de haber hablado muchas veces en su día a día, de haber cumplido su ciclo vital y estar esperando la muerte con una tranquilidad pasmosa.

Al amanecer, coloqué la cabeza a su lado y le dije cuánto la queríamos, la gran mujer que era. Todo lo que había conseguido en su vida. Le dije que estábamos con ella, a su lado y que no se iba a quedar sola en ningún momento. Que su vida había sido plena. Una vida llena de momentos preciosos, de cuidado al prójimo, de generosidad, de coraje y sabiduría… Que no se resistiera a marchar, que sus hermanos y sus padres la estaban esperando.

Decir estas palabras da hasta miedo… pero son palabras de amor. La vida y la muerte van unidas. Naturalizar esta despedida la ayudó a irse en paz, sin resistirse más.

Esta despedida fue el acto de amor más grande que hemos hecho mi hermano y yo juntos. A partir de este momento despedimos al último miembro de toda una generación de hermanos y nos quedamos en primera línea.

Meses después, sentí que aquello había ayudado a madurar la niña interior que temía y huía de la muerte. Ahora puedo, aún con dolor, permanecer al lado de los que se nos van.

Este año pasado, despedimos a grandes personas de la familia. Pilares...

Con cada una de ellas, pude avanzar un paso en el duelo de mi padre y colocarme como hija ante su pérdida.


 
 
 

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5 comentarios

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Eva Rosa García Benjumea
Eva Rosa García Benjumea
15 sept 2021

Que hermoso relato Lourdes, sigue haciendo lo que haces, ayudas a muchas personas a crecer. Enhorabuena!

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raul.madrid.martin
25 mar 2021

Que sentidas palabras!!!, como siempre un autentico placer leerte aunque la situación no sea la mas adecuada. Yo tuve la suerte de conocer muy bien a los dos. La primera palabra que se me viene a la mente es "bondad", una familia de gente buena... los López, daba igual con quien hablaras... toda la saga derrochaba generosidad y cariño. De Consuelo sólo tengo gratos recuerdos, imágenes en mi memoria de ti; pinchandola, tocándola el pelo como si fuera un estropajo, tratándola como a una moza (que dirían por aquellos lares de C. Real). Recuerdo viéndola conducir por el pueblo con el Citroen Visa, que valor!!,, sacarse el carnet con 60 años. En fin, todavía resuenan en mis oídos sus dulc…

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Ana María Chicote
Ana María Chicote
23 mar 2021

¡¡¡Ay amiga!!! ¡¡¡Como te puedo querer tanto!!! Que palabras tan bonitas, para tu padre y para tu tía. Pude conocer a Consuelo, no a tu padre, pero tenían que ser personas maravillosas. Sus huellas son parte de esa persona tan especial que eres...

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Grupoacoge Acoge
Grupoacoge Acoge
25 mar 2021
Contestando a

Qué buen trabajo Lourdes, qué mirada más profunda de lo importante!!

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